jueves, 4 de julio de 2013

Raúl Forlán Lamarque & Jorge Migliónico - 1989 - Zitarrosa, La memoria profunda

Raúl Forlán Lamarque & Jorge Migliónico - 1989 - Zitarrosa, La memoria profunda


El presente libro no surge, por supuesto, a partir de un proyecto largamente meditado o discutido. Nobleza obliga: la muerte de Alfredo Zitarrosa, una suerte de paisaje de la hondura donde se reconocía precisamente el paisaje del país, nos inyectó una vez más el placer de la escritura. Contrasuelo del placer: el dolor que supone —entonces— sentir el impulso de la escritura para nombrar a la muerte. La muerte del más generoso cantor popular que haya brindado este suelo.

En esa oscilación sumatoria de placer y dolor es que, con el respeto y el sentido ético del ejercicio periodístico, buscamos homenajear a esa melodía larga que fue Alfredo Zitarrosa. En él habitaba, y lo intuyen pues todos los uruguayos, el espasmo incesante de lo que vendrá, a desgarrarnos y a transformarnos como nación humana y como seres que —necesariamente— deberán multiplicarse en la voluntad de oírse.

Alfredo Zitarrosa tuvo un oído abierto a la estampida humana. Tomó por asalto el presente y lo hizo canción. Fue, y vale la pena subrayarlo en estos tiempos de desencanto, un utópico. Pero fue, asimismo, un solitario que masticó sus demonios entrampado en esos ríos metafísicos (como decía un poeta griego) que crecieron desde el pie.

Ahora, Alfredo Zitarrosa es memoria profunda y un traductor insustituible de esa posible noción de uruguayidad. En alguna de sus canciones dejó sentado su función como hombre público: "Con el corazón caliente / y con la cabeza fría / canté como suponía / que ustedes quieren que cante / pero soy un militante / y mis canciones no son mías''. Con Alfredo Zitarrosa podrá apagarse una voz, pero permanece todo un modo de vida. Y es la memoria de la gente, pulso desde donde emergió su poética, la que ahora canta. El hombre y el cantor, pues, están a salvo del olvido.
introducción,

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